lunes, 18 de septiembre de 2017

UN CUENTO SOBRE PRENSAMIENTO ESTRATÉCIGO: EL NAVEGANTE SIN RUMBO

Comparto un cuento extraído de mi libro: "El Pequeño Libro del Pensamiento Estratégico". Esta historia permite reflexionar sobre la la importancia del Planeamiento Estratégico y de la aplicación del Pensamiento Estratégico.

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Hay una vieja historia que busca explicar el significado de aquella frase acuñada por Séneca “A quien no sabe a qué puerto encaminarse, cualquier viento es propicio“.

Un artesano tebano desde muy joven había tenido un sueño: viajar en barco alrededor del mundo.

Años tras año trabajó duró con el propósito de juntar las monedas suficientes para emprender la travesía. Cuando cumplió 65 años y al ver que no se hacía más joven decidió dejarlo todo para hacer realidad su sueño juvenil. Como no tenía a nadie que dependiese de él, decidió partir sin avisar a nadie.

Pero ¿Dónde comprar un barco? se unió a una caravana que viajaba rumbo al puerto de Atenas. Allí habló con unos pescadores, le mostraron un barco pequeño, pero bonito, impulsado por unas velas blancas que resplandecían como las alas de las gaviotas al reflejar la luz del ardiente sol veraniego. Preguntó por el precio y pagó.

 Pero ¿Cómo se navega con un barco de esa clase? para aprender a navegar recurrió a un maestre que tenía en el puerto una nave semejante a la suya. Tras unos días aprendió los principios básicos de la navegación y ya estaba listo para comenzar su travesía.

 ¿A dónde vas? - le preguntó el maestre.

Muy buena pregunta. Navegar sin rumbo no es buena idea. Luego de pensarlo por un momento dijo que le gustaría ir a Mileto, más allá del Mar Egeo. El maestre le quedó mirando fijamente y le dijo que con un barco como el suyo no podía navegar hasta aquella ciudad. Era muy pequeño y muy frágil, sucumbiría a la más leve tormenta. Además un viaje tan largo no podía hacerlo sólo. Y durante la calma chicha necesitaría varios remos para seguir avanzando cuando no haya viento.

El hombre cayó en la cuenta que eran muchas cosas para tener en consideración; nunca pensó que el arte de la navegación fuese tan complicado; pero creyó que todo aquello era producto de la falta de fe del maestre, así que decidió partir sin pensarlo demasiado. Creía que el alimento necesario lo conseguiría del propio mar, el agua de la lluvia y si se topaba con alguna tormenta ya sabría qué hacer.

Y así partió. Navegó rumbo poniente. Navegaba en línea recta o al menos eso creía hacer. Pero pasaron otros tantos días y no avistaba tierra. Los siguientes días fue difícil; el sol era inclemente, no llovió, y no atrapó ningún pescado. A los pocos días, con sed, hambriento y fatigado decidió regresar. Viró la embarcación y se dirigió rumbo a tierra. El hombre pensaba que en cualquier momento se toparía con las costa; estaba convencido que iba en la dirección correcta, de regreso a Atenas.

Después de 20 días, unos pescadores encontraron la embarcación y dentro de ella al hombre muerto. Si hubiese girado hacia el oeste y avanzado durante un par de horas hubiese avistado la playa. Todo ese tiempo había navegado bordeando la costa ateniense, muy cerca de la salvación, pero muy lejos de su destino.