Hay una vieja historia que busca explicar el significado de aquella
frase acuñada por Séneca “A quien no sabe a qué puerto encaminarse, cualquier
viento es propicio“.
Un artesano tebano desde muy joven había tenido un sueño: viajar en barco
alrededor del mundo.
Años tras año trabajó duró con el propósito de juntar las monedas suficientes
para emprender la travesía. Cuando cumplió 65 años y al ver que no se hacía más
joven decidió dejarlo todo para hacer realidad su sueño juvenil. Como no tenía
a nadie que dependiese de él, decidió partir sin avisar a nadie.
Pero ¿Dónde comprar un barco? se unió a una caravana que viajaba rumbo
al puerto de Atenas. Allí habló con unos pescadores, le mostraron un barco
pequeño, pero bonito, impulsado por unas velas blancas que resplandecían como
las alas de las gaviotas al reflejar la luz del ardiente sol veraniego.
Preguntó por el precio y pagó.
Pero ¿Cómo se navega con un barco
de esa clase? para aprender a navegar recurrió a un maestre que tenía en el
puerto una nave semejante a la suya. Tras unos días aprendió los principios
básicos de la navegación y ya estaba listo para comenzar su travesía.
¿A dónde vas? - le preguntó el
maestre.
Muy buena pregunta. Navegar sin rumbo no es buena idea. Luego de
pensarlo por un momento dijo que le gustaría ir a Mileto, más allá del Mar Egeo.
El maestre le quedó mirando fijamente y le dijo que con un barco como el suyo
no podía navegar hasta aquella ciudad. Era muy pequeño y muy frágil, sucumbiría
a la más leve tormenta. Además un viaje tan largo no podía hacerlo sólo. Y
durante la calma chicha necesitaría varios remos para seguir avanzando cuando
no haya viento.
El hombre cayó en la cuenta que eran muchas cosas para tener en consideración;
nunca pensó que el arte de la navegación fuese tan complicado; pero creyó que
todo aquello era producto de la falta de fe del maestre, así que decidió partir
sin pensarlo demasiado. Creía que el alimento necesario lo conseguiría del
propio mar, el agua de la lluvia y si se topaba con alguna tormenta ya sabría
qué hacer.
Y así partió. Navegó rumbo poniente. Navegaba en línea recta o al
menos eso creía hacer. Pero pasaron otros tantos días y no avistaba tierra. Los
siguientes días fue difícil; el sol era inclemente, no llovió, y no atrapó
ningún pescado. A los pocos días, con sed, hambriento y fatigado decidió
regresar. Viró la embarcación y se dirigió rumbo a tierra. El hombre pensaba
que en cualquier momento se toparía con las costa; estaba convencido que iba en
la dirección correcta, de regreso a Atenas.
Después de 20 días, unos pescadores encontraron la embarcación y
dentro de ella al hombre muerto. Si hubiese girado hacia el oeste y avanzado
durante un par de horas hubiese avistado la playa. Todo ese tiempo había
navegado bordeando la costa ateniense, muy cerca de la salvación, pero muy
lejos de su destino.